Teólogo, predicador y ministro general franciscano
El franciscanismo promovido por San
Francisco consistía en poner en práctica los consejos evangélicos basados
en la renuncia de los bienes materiales, en la predicación de la fe y
moral cristiana, en el compromiso con la vida social, permaneciendo
en el mundo sin ser del mundo. Por eso consiguió atraer a numerosos
prosélitos, especialmente entre los jóvenes, como ocurre siempre en
tiempos de cambio. Tal fue el caso de Jerónimo Masci, natural de Áscoli
Piceno, de una familia acomodada de la burguesía local, que le proporcionó
desde el principio, una buena formación cultural y religiosa,
reforzada luego, sobre todo, durante su permanencia en el Sacro Convento
de Asís, donde eran frecuentes las visitas de los papas con la curia
romana.
De 1255 a 1273 residió fray Jerónimo en su
propia región, las Marcas, y en el Lacio, enriqueciéndose espiritual e
intelectualmente y ejerciendo algunos cargos en la Orden, sin
presumir nunca de ello, sino más bien todo lo contrario.
En el capitulo general de la Orden de los
Menores celebrado en Lyón el 12 de junio de 1272, el ministro general de
entonces, San Buenaventura, lo envió a Dalmacia-Croacia como predicador
y lector de teología. Sus Sermones, descubiertos en 1981, demuestran
su alta preparación teológica y filosófica.
Fray Jerónimo era querido por todos, y eso
explica por qué, antes de ser general, fue enviado como embajador a
las zonas más conflictivas de la Iglesia de entonces. A Constantinopla fue
como legado apostólico para preparar la reconciliación de la Iglesia
católica con la Iglesia greco-bizantina, una larga y delicada misión que
dio como resultado la profesión de la fe católica y reconocimiento del
primado del papa por parte del emperador bizantino Miguel VIII el
Paleólogo. El acuerdo, por desgracia, duró sólo ocho años.
Paolino de Venecia obispo de Pozzuoli en el
siglo XIV lo llamaba "lector solemne, gran literato y muy religioso".
Y Juan Villani en sus "historiae florentinae", basándose en la
crónica de un autor contemporáneo del futuro papa, decía que fray
Jerónimo, "fue elegido ministro general por su bondad y
su ciencia", después de la muerte de San Buenaventura, en 1274.
El mismo confiesa que el tiempo de su cargo
de general transcurrió "no sin dolor e inquietudes", hasta el punto
de que pensó en renunciar en 1276, pero fue confirmado de nuevo en la
asamblea capitular de Padua. La Orden entonces contaba con 35.000
religiosos y 1.400 conventos repartidos en 34 provincias.
Cardenal y Papa
Jerónimo Masci fue nombrado cardenal
el 12 de marzo de 1278, mientras se encontraba en París con el Maestro
General de los Dominicos, tratando de reconciliar al rey de Francia
Felipe III con el de Castilla, Alfonso X el Sabio. Mucho tuvo que insistir
el papa Nicolás III para ponerle el capelo cardenalicio y despojarlo del
sayo franciscano. Humilde y piadoso, el nuevo purpurado, según las
crónicas de San Antonio de Florencia, hubiese hecho mejor el cocinero en
un conventito que de cardenal de la Santa Iglesia Romana. Desde entonces
abandonó sus misiones diplomáticas por las cortes de Europa y se retiró en
su sede cardenalicia, hasta que fue elegido papa el 15 de febrero
de 1288, y su entronización siete días después, con el nombre de Nicolás
IV, después de un duro cónclave diezmado por la malaria. También en esta
ocasión no quería aceptar, pero no tuvo más remedio, forzado por la
insistencia de los prelados votantes y "en virtud de la obediencia",
como decía él mismo.
En mayo siguiente se traslado con la Curia
de Letrán a Rieti, donde emanó la encíclica "ludicia Dei" por la
que pedía al clero que colaborase en el ministerio diocesano. En su breve
pontificado creó obispos y arzobispos para llenar sedes vacantes, confirmó
la Regla a los Carmelitas y a los Ermitaños de San Agustín, suspendidos
por el II Concilio de Lyón de 1274.
Nicolás IV siguió la política internacional
de sus predecesores. La curia estaba compuesta por cardenales de varias
tendencias políticas, entre los que destacaba la fuerte personalidad de
Benedicto Caetani, futuro Bonifacio VIII, que convocó para el 1300 el
primer Jubileo de la historia. En lo político, el ex-ministro general
franciscano levantó el entredicho a Portugal y tuvo siempre en su mente la
liberación de Tierra Santa de los musulmanes. Llegó incluso a convocar una
Cruzada, pero el desinterés mostrado por las grandes monarquías europeas y
las complicadas relaciones entre los reinos de Aragón y Sicilia hicieron
fracasar la empresa.
Mayor éxito tuvo el papa franciscano en el
campo misionero, pues los religiosos enviados por él alcanzaron los países
más lejanos entonces conocidos. Digna de mención es la misión de fray Juan
de Montecorvino a China. Las familias franciscanas recuerdan a este papa,
sobre todo, por ser el autor de la bula "Supra montem" con la que
promulgaba una regla específica para la Tercera Orden Franciscana u Orden
Franciscana Seglar. Sus ciudades favoritas fueron Orvieto, donde colocó la
primera piedra de su estupenda catedral (1290) y Asís, por la que
manifestó siempre "un continuo y gran afecto", y a cuyo Sacro
Convento de San Francisco concedió favores, indulgencias y magníficos
regalos. Fue, seguramente, durante su pontificado cuando se empezó a
ampliar la basílica inferior con las capillas laterales. En el campo
científico dió gran impulso a la universidad de Montpellier (1289),
mientras que no tuvo nunca un momento para visitar su ciudad natal Áscoli
Piceno.
Nicolás IV murió el 4 de abril de 1292 y fue
sepultado en la basílica romana de Santa María la Mayor, junto a la cual
había construido su residencia, rompiendo con la tradición de San Juan de
Letrán como sede papal. Tras su muerte, la cátedra de Pedro permaneció
vacante durante dos años y tres meses, hasta que los cardenales lograron
llegar a un compromiso y eligieron sucesor a Pedro Morrone, obispo de
Isernia, que subirá al solio pontificio con el nombre de Celestino V. De
ese modo se cierra el periodo de mayor esplendor del papado medieval, y se
entra, casi coincidiendo con el cambio de siglo, en una época mucho más
conflictiva y enrarecida, que acabará desembocando más tarde en el
lamentable Cisma de Occidente.
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