El sábado 18 de agosto de 2001 Juan Pablo II
recibió en el patio del palacio pontificio de
Castelgandolfo a setecientos jóvenes de 21 naciones,
participantes en el segundo encuentro internacional
"Jóvenes hacia Asís". En Asís, junto a la sepultura de
S. Francisco, habían estado reflexionando, orando y
estudiando el Evangelio y el ejemplo de san Francisco y
santa Clara y descubriendo el valor de fundar sus vidas
en la verdadera alegría que construye el mundo. El p.
Joachim Anthony Giermek, ministro general de los Frailes
Menores Conventuales, dirigió unas palabras a Su
Santidad en nombre de todos, y el Vicario de Cristo
respondió con estas palabras:
1. Amadísimos jóvenes, que participáis en el segundo
encuentro internacional Jóvenes hacia Asís, os doy la
bienvenida. Me complace acogeros y con alegría os dirijo
el saludo evangélico que tanto os gusta: "El Señor os dé
paz". Os habéis dado cita desde muchas partes del mundo
para profundizar juntos, en la simplicidad de los
lugares franciscanos, en el testimonio de dos campeones
del Espíritu: san Francisco y santa Clara de Asís.
Gracias por vuestra grata visita. Saludo de modo
particular al ministro general de los Frailes Menores
Conventuales, padre Joachim Anthony Giermek, a quien
agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de
todos. Saludo a los frailes y a las religiosas, vuestros
guías en el sendero de la vida evangélica.
El camino de la santidad
El tema elegido para vuestro encuentro internacional
es la alegría. Se trata de un tema de gran interés y
actualidad, porque todos tenemos necesidad de alegría
auténtica y duradera.
2. Los amigos del joven Francisco lo llamaban el rey
de las fiestas por su disponibilidad y generosidad, por
su modo de ser brillante y simpático. Humanamente podía
tener muchos motivos para ser feliz, y, sin embargo, le
faltaba algo. Lo abandonó todo cuando halló lo que más
necesitaba. Encontró a Cristo, y descubrió la verdadera
felicidad. Comprendió que sólo se puede ser feliz
consagrando la vida por un ideal, construyendo algo
duradero a la luz de los consejos exigentes del
Evangelio.
Queridos jóvenes, muchos falsos maestros indican
sendas peligrosas que llevan a alegrías y satisfacciones
efímeras. Hoy, en muchas manifestaciones de la cultura
dominante se registra gran indiferencia y
superficialidad. Vosotros, queridos jóvenes, imitando a
san Francisco y a santa Clara, no dilapidéis vuestros
sueños. ¡Soñad, pero en libertad! ¡Proyectad, pero en la
verdad!
También a vosotros el Señor os pregunta: "¿A quién
queréis seguir?". Responded, como el apóstol san Pedro:
"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna" (Jn 6, 68). Sólo Dios es el horizonte infinito
de vuestra existencia. Cuanto más lo conozcáis, tanto
más descubriréis que sólo él es amor y manantial
inagotable de alegría.
Pero para entrar y permanecer en contacto con Dios
es indispensable entablar con él una relación profunda
en la oración. Cuando es auténtica, la oración irradia
la energía divina en todos los ámbitos y momentos de la
vida. Nos hace vivir de un modo nuevo. La oración hizo
de san Francisco un hombre nuevo y de santa Clara una
fuente de luz.
3. Vosotros sois de Dios y Dios es vuestro. La
conciencia de pertenecer a Dios os hará, como a san
Francisco y a santa Clara, criaturas pacificadas por su
presencia: "El amor de Dios da felicidad -escribe santa
Clara en una de sus cartas-; su dulzura inunda toda el
alma, que es la más digna de todas las criaturas; la
gracia de Dios la hace más grande que el cielo. En
efecto, los cielos con todas las demás cosas creadas no
pueden contener al Creador, mientras que el alma fiel, y
sólo ella, es su morada y aposento" (Fuentes
franciscanas, 2901; 2892).
El alma es más grande que el cielo. Habiendo
comprendido esta íntima realidad espiritual, san
Francisco y santa Clara no dudaron en subir hasta la
cumbre de la santidad. La santidad no es una especie de
itinerario ascético extraordinario, que sólo algunos
"genios" pudieran alcanzar; por el contrario, como
recordé en la reciente carta apostólica Novo millennio
ineunte, es el "alto grado" de la vida cristiana
ordinaria (cf. n. 31). Santidad significa hacer algo
hermoso por Dios todos los días, pero también reconocer
lo que él ha hecho y sigue haciendo en nosotros y por
nosotros. Sed santos, amadísimos jóvenes, porque lo que
entristece al mundo es la falta de santidad. Los santos
en quienes os inspiráis siguen ejerciendo una atracción
extraordinaria, porque dedicaron sin cesar su existencia
a Cristo. Y, sin quererlo, dieron origen a un estilo
evangélico "revolucionario", que aún hoy continúa
atrayendo a tantos jóvenes y personas de todas las
edades. También vosotros habéis sido conquistados por la
fascinación de su testimonio, y vuestra presencia en
este encuentro subraya vuestro deseo de imitarlos
fielmente.
La creación habla de Dios
4. San Francisco y santa Clara no sólo se
convirtieron en hermano y hermana de todo ser humano,
sino también de todas las criaturas animadas e
inanimadas. Al contemplar la naturaleza, la mirada de
san Francisco se llenaba de alegría al descubrir que
todo habla de Dios. En el Cántico del hermano sol
exclamaba: "todo nos habla de ti, Altísimo" (Fuentes
franciscanas, 263).
Amadísimos jóvenes, aprended también vosotros a
mirar a vuestro prójimo y la creación con los ojos de
Dios. Respetad principalmente su cima, que es la persona
humana. En la escuela de maestros tan valiosos,
ejercitaos en el uso sobrio y atento de los bienes.
Cuidad que se distribuyan y compartan mejor, respetando
plenamente los derechos de todas las personas. Ojalá que
al leer el gran libro de la creación vuestro espíritu se
abra a la alabanza y a la acción de gracias al Creador.
Confianza en Dios
5. Como santa Clara y san Francisco, aprended a
recurrir constantemente a la ayuda divina. Ellos os
repiten a cada uno de vosotros: "Pon tu confianza en el
Señor y él cuidará de ti" (Fuentes franciscanas, 367).
Sí, queridos muchachos y muchachas, tened confianza en
Dios. Imitad a san Francisco y a santa Clara también en
su entrega filial a la Virgen, y buscad en ella calor y
protección. Acudid a María, Madre dulcísima, a quien
desde hace siglos la Iglesia invoca como Causa de
nuestra alegría. También será motivo de alegría para
vosotros, porque María es madre solícita de todos.
Con este deseo, os aseguro mi recuerdo en la oración
y os bendigo de corazón a todos.
L'Osservatore Romano - 24
de Agosto de 2001
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