Ermita-santuario de Las Cárceles

En el monte Subasio de Asís

   
   

 

"Francisco buscaba siempre lugares escondidos donde no sólo en el espíritu, sino en cada uno de sus miembros, pudiera adherirse enteramente a Dios... Cuando oraba en selvas y soledades llenaba de gemidos los bosques, bañaba el suelo en lágrimas, se golpeaba el pecho con la mano y allí, como quien ha encontrado el santuario más recóndito, hablaba muchas veces con su Señor. Allí respondía al Juez, oraba al Padre, conversaba con el Amigo, se deleitaba con el Esposo. Y, en efecto, para transformar en múltiples formas de holocausto las intimidades todas más ricas de su corazón, reducía a suma simplicidad lo que a los ojos se presentaba múltiple. Rumiaba muchas veces en su interior sin mover los labios e, interiorizando todo lo exterior, elevaba su espíritu al cielo. De ese modo, convertido todo él no ya solamente en orante, sino en oración, dirigía todo en él, mirada interior y afectos, hacia lo único que buscaba en el Señor". (Tomás de Celano, Vida primera, 94-95)


San Francisco en las "Cárceles" de Asís

Carceri o cárceles llamaban en Asís a las ermitas, por lo que tienen de reclusión y aislamiento. El monte Subasio tiene una larga tradición eremítica. En él ha habido monasterios: Santo Ángel de Panzo, San Benito, San Masseo, San Silvestre; y ermitas y capillas: Santa María de la Nieve o "Carcerelle", Santa María de le Viole, San Onofre, Santa María Magdalena del Monte, Santiago, San Antonio Abad, Santo Tomás, San Savino y San Potente de Caruncio, donde residía el ministro de todos los ermitaños.

No es de extrañar, pues, que Francisco y sus compañeros, seducidos por la vida eremítica, se retiraran allí alguna vez, en celdas hechas con piedras y ramajes, dedicados a la oración, a la mortificación y al ayuno. El lugar elegido por ellos era una áspera garganta que divide el monte en dos, conocida con el inquietante nombre de Sassi del Maloloco -Peñas del Mal Lugar-. En su lado occidental se levantaba a pico una profunda falda rocosa de varios cientos de metros de longitud y en el punto más alto del precipicio, casi colgando en el vacío, había una cavidad de difícil acceso, conocida hoy como Gruta de San Francisco. Abajo había, y aún pueden verse hoy, otras cavidades naturales, casi inaccesibles.

Situado a 5 quilómetros de Asís, las Cárceles pertenecían al Comune o Municipio, como se desprende de un arbitrio de fray Elías (28-VIII-1237), donde se menciona el "eremitorio o cárcel de San Francisco", y de la rúbrica III, 34 del Estatuto de la ciudad, que dice expresamente que todas las cárceles del Subasio, incluida la de San Francisco, "y el terreno y el bosque, son del Comune de Asís, y su propiedad y dominio sigan siendo del mismo".

El historiador franciscano Lucas Wadding sitúa la cesión del eremitorio al Santo en 1211 , pero la única cuaresma en la que éste pudo retirarse allí con sus primeros compañeros fue la de 1212, pues en la anterior estaban todos en la Porciúncula (el Lunes Santo fue la consagración de Clara) y en los años siguientes el grupo ya se había dispersado.


Los miedos de fray Ángel de Rieti

La sencillez de los primeros hermanos era admirable. Fray Ángel Tancredi, por ejemplo, tenía tal pánico por los demonios, que rogó a Francisco poder compartir celda con otro de noche. Mas éste le respondió: "¡No seas miedica! ¿Por qué temer a enemigos tan flacos? ¿No sabes que su poder está sometido a Dios? Para comprobarlo por ti mismo esta noche subirás a lo más alto del monte y te pondrás a gritar: ¡Demonios soberbios, venid a desahogar contra mí vuestra saña, y hacedme lo que queráis!". Cuando Ángel cumplió lo ordenado y vió que nada había sucedido, perdió todos sus miedos. Así de original y eficaz era la pedagogía del santo. La misma técnica la empleó Francisco consigo mismo, unos años después, en la iglesia de San Pedro de Bovara (Trevi).


La tentación de fray Rufino

Según fray Conrado de Offida, fray Rufino de Asís, primo de Santa Clara, al contrario que Ángel, estaba tan encantado de aquel retiro, que se convenció de que era mejor imitar a San Antonio abad y demás anacoretas del desierto que seguir a Francisco, ignorante y simple, que los distraía de la oración mandándolos a menudo de acá para allá, a servir a los leprosos. Tan convencido estaba, que ni siquiera iba a comer con los demás, sino que acaparaba pan en Asís para toda la semana y así podía permanecer todo el tiempo solo.

A Francisco, al principio, no le extrañó mucho su comportamiento, pero el Jueves Santo, acabada la cuaresma, antes de bajar a Santa María de la Porciúncula, los reunió a todos para celebrar la Cena del Señor y después comer juntos, y Fray Rufino dijo a fray Maseo, que había ido a buscarlo: "Dile que no voy, ni quiero seguirlo en adelante. Prefiero estar aquí solo. Así me podré salvar mejor que siguiendo sus simplezas. El Señor me lo ha dicho". Porque Rufino vivía angustiado, pensando que todo cuanto hacía en la Orden no le bastaba para salvarse, y no compartía con nadie su problema, sino que se mortificaba, más de lo razonable.

"Tienes que venir- le decía Masseo-, pues el diablo te está engañando. Sabes que Francisco es un ángel de Dios, que ha iluminado a mucha gente. A él le debemos la gracia de la vocación". Mas él replicaba: "¡Déjame en paz! ¡Estoy harto de él y de sus extravagancias!". Y lo mismo respondió a otros dos compañeros que fueron también a buscarlo. Al final tuvo que ir Francisco en persona, a decirle, con lágrimas en los ojos: "¿Por qué me causas tanta tristeza? Tres veces te he llamado y no has querido acudir a una solemnidad tan grande?". Entonces Rufino le expuso sus razones, mas tanto le insistió el Santo que aceptó ir a comer con ellos, con intención de volver enseguida a su retiro.

Después de comer Francisco le habló con buenas palabras, haciéndole ver que estaba siendo víctima de un engaño diabólico. "Pero, Rufino, tontuelo -le decía-, ¿a quién has dado crédito?" Hasta que el hermano, no pudiendo aguantas más, terminó por desahogar, entre sollozos, su pena y sus miedos. Entonces le aconsejó: "Si vuelve el demonio a sugerirte que estás condenado, no tienes más que decirle: '¡Abre la boca, que me cago en ella!' Veras cómo huye en cuanto se lo digas. ¿Cómo no te has dado cuenta de que era él quien endurecía tu corazón? ¿Acaso el Señor obra así?" El hermano reconoció su error y quedó muy consolado con los consejos del santo, que añadió, por último: "Anda, confiésate y no dejes la oración; y ten por seguro que esta tentación te servirá de provecho".

Las distintas versiones de este episodio, todas del s. XIV, añaden espectaculares manifestaciones diabólicas y apariciones de Cristo, pero, en lo esencial, el episodio tiene visos de haber sido real y encaja bien con los primeros años, cuando el grupo se debatía, como aseguran los biógrafos, entre la vida eremítica y la misión apostólica, inclinándose más por lo primero que por la segundo (ver: Por los caminos del mundo).


El eremitorio de las Cárceles hoy

Las fuentes más antiguas no nos dan más noticias de la relación de Francisco y sus hermanos con las Cárceles, donde se cuentan leyendas sin fundamento, como la del pozo cuya agua hizo brotar San Francisco, la del árbol centenario donde dicen que predicaba a los pájaros, el precipicio por donde arrojó al demonio, o las celdas o pequeñas grutas repartidas por el lugar, atribuidas con total precisión a cada uno de los compañeros. Lo cierto es que el lugar, un siglo después, estaba casi abandonado, hasta que fue cedido, primero a los espirituales o "fraticelli" de Gentil de Espoleto (+ 1362), y a los frailes de la estricta observancia de Pablo Trinci poco después.

La construcción más antigua del lugar es el primitivo oratorio del siglo XIII, excavado en la roca sobre la gruta del Santo. Una inscripción gótica del siglo XV a la entrada recuerda que fue él quien dedicó el eremitorio a Santa María Virgen. La ermita de la Magdalena, del siglo XIV, recuerda la tradición eremítica del lugar después de San Francisco.

El núcleo primitivo del convento actual de las Cárceles (refectorio, celdas y oratorio de San Bernardino) se debe a San Bernardino de Siena (+ 1442), vicario general de los frailes de la Observancia. Un conventito estrecho y sugestivo, que nos recuerda la austeridad inicial de aquella reforma, en medio de un bosque inmenso de grandes hayas y robles. Hoy el eremitorio está atendido por una pequeña comunidad de Frailes Menores y por algunas religiosas franciscanas, y acoge, con ciertas condiciones, a quienes quieran compartir con ellos unos días de retiro.


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